En este tema trabajamos una parte de la labor docente que, por lo general, suele resultar la menos gratificante: la evaluación. Hasta ahora, o incluso podríamos decir en la actualidad, siempre hemos confundido la evaluación con un número, una calificación del uno al 10 en el caso de España, o del uno al 20 en el caso de Francia, por poner un ejemplo.
Cuando calificamos al alumnado ponemos un número del uno al 10 que tan solo le informa de si ha aprobado o si ha suspendido, pero que no aporta información más allá ni demuestra las capacidades o competencias que realmente tiene. Por tanto, el profesorado obtiene información del alumnado a través de, por ejemplo, un examen del que el estudiantado obtiene una puntuación.
Sin embargo, cuando se evalúa hay una recogida de datos continua del proceso enseñanza/aprendizaje. Se ponen en marcha una serie de metodologías, técnicas o estrategias cuyo objetivo es encontrar los recursos que propicien el aprendizaje del alumnado en una determinada área. Los datos que se obtienen les sirven al estudiantado para determinar su progreso y al profesorado y centro para valorar si las estrategias que se ponen en marcha han funcionado o es preciso realizar alguna modificación. Es decir, el objetivo es poner en marcha los recursos que permitan el aprendizaje. La evaluación no solo la realiza el personal docente (heteroevaluación), sino que también el alumnado puede evaluarse así mismo (autoevaluación) o entre sí (coevaluación).
Con la finalidad de comprender mejor la coevaluación vimos un vídeo que después tuvimos que comentar en grupos de tres personas. El término empleado en el vídeo era el término inglés peer assessment, donde un grupo de estudiantes y docentes mostraban su opinión acerca de este tipo de evaluación. Todos los comentarios fueron positivos, el profesorado aseguraba que notaban una gran mejoría en los resultados y el alumnado estaba contento de poder aprender de sus compañer@s y amig@s, de sus errores y de sus aciertos; incluso una de ellas afirmaba que le hacía acercarse al trabajo de una profesora.
No obstante, las conclusiones que sacamos en mi grupo no eran tan esperanzadoras como en el vídeo. Nuestra propia experiencia nos mostró que, en muchas ocasiones, el feedback que recibimos en una coevaluación no era del todo fiable. Esto se producía porque había una parte del alumnado que evitaba corregir por miedo a ofender; mientras que la otra parte, era demasiado crítico y acababa por convertirse en un feedback contraproducente. Por estas razones y viendo la edad del estudiantado del vídeo, consideramos que para que la coevaluación funcione es necesario empezar en la etapa primaria y debe ser un trabajo que se realice desde el centro educativo y en el que participe todo el personal docente.
Si bien todo esto es importante, hay que tener en cuenta que para que funcione el peer assessment es más que aconsejable que se siga una rúbrica adecuada al contenido que se esté trabajando. Esto va a ser un apoyo fundamental del proceso de coevaluación, algo que señalaba también un alumno del vídeo.
La rúbrica es una herramienta que permite evaluar el trabajo del alumnado de acuerdo con una serie de criterios en los que se describe, mediante oraciones y no números, cómo se va a evaluar un trabajo concreto. Es una forma de ayudar no solo al profesorado, sino también es una guía para el estudiantado, ya que les permite saber de forma clara si en sus trabajos han tenido en cuenta lo que va a valorar el profesorado o los aspectos que deben tener en cuenta, por ejemplo, en una actividad de expresión oral.
Puesto que suele ser una práctica complicada, tuvimos que elaborar una rúbrica para la actividad de mediación que habíamos preparado en la unidad anterior. Escoger los criterios fue bastante sencillo por el tipo de actividad que había pensado mi grupo. No obstante, la descripción de cada uno de ellos para evitar que sonasen ambiguos o inespecíficos sí que resultó más complejo.
Otro de los aspectos en los que nos paramos bastante fue en el feedback. Es decir, en nuestro caso, el de docente, es aquella información que se trasladaba al alumnado sobre su aprendizaje. Para ello, visualizamos un vídeo en el que el pedagogo Dylan William explicaba el tipo de feedback que resulta efectivo. Distingue entre ego-involving —p. ej.: ¡qué bien lo has hecho! o ¡Ha sido tu mejor trabajo!— y task-involving, centrarse en aquello que deben mejorar y cómo hacerlo. Para este pedagogo el primero resulta contraproducente, pues no muestra un proceso o plan de mejora; algo que sí hace el segundo de ellos y por el que aboga. En mi opinión, sí está bien animar al alumnado siempre que no exista una comparación con la clase, ya que normalmente el ego-involving es un feedback que recibe el estudiantado que lo ha hecho bien, pero no aquel que no lo ha hecho tan bien. No hay un objetivo, no se señala el proceso a seguir; mientras que el task-involving sí le ofrece al alumnado información sobre el proceso de aprendizaje, sin comparaciones. Además, un buen feedback es aquel que invita a la reflexión y que más que primar el resultado, prima el esfuerzo; puesto que la mejora siempre es posible y sin esfuerzo no es posible.
La evaluación es un tema complejo por todos los elementos que la rodean y para poder explicarlos todos serían necesarias muchas entradas. No obstante, lo que he aprendido de esta unidad y, en parte gracias a la práctica, es que una rúbrica bien planteada y un buen feedback son los mejores recursos que se pueden utilizar en clase.